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Ayer contemplamos al Señor en el camino
de la cruz y su entrega de amor hasta el extremo por cada uno de nosotros. Hoy
entraremos en la última etapa de los ejercicios a la que San Ignacio llama la
cuarta semana y en ella contemplaremos los misterios de la Resurrección del
Señor. Nos dice la Hermana Marta Irigoy que a esta altura quizás tengamos la
tentación de empezar a aflojar. Ya hacen tres semanas y unos días que nos
venimos encontrando y quizás uno piense que el Señor me dijo todo, ya hice mi
reforma de vida, ya el Señor me consoló, me aclaró cosas y puedo decir “bueno,
hasta acá es suficiente” y sin embargo tenemos que pensar que todavía tenemos
mucho por recibir y lo mejor está por venir.
Esta etapa tiene por objeto coronar
todos los frutos de las otras semanas anteriores por medio de una participación
íntima en la gracia de la resurrección vivificante de Cristo, porque así como
fuimos parte en sus sufrimientos, también participamos en su consolación. Como
dice Pablo: “Bendito sea Dios el Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de la
Misericordia y Dios de todo consuelo que nos reconforta en todas nuestras
tribulaciones para nosotros poder dar a los que sufren el mismo consuelo que
recibimos de Dios”.
Para el ejercitante que ha hecho estos
días la oración y fue purificando el corazón se ha entregado más al Señor, San
Ignacio tiene en vista una gracia especial, un nuevo florecimiento de la vida
del hombre interior en Cristo, la gracia de un nuevo resurgir en la vida
espiritual que dilata el alma en el gozo del Señor. Podemos decir que es como
si se imprimiera un impulso íntimo hacia Cristo, que nos hace gustar todo lo
que proviene de El.
Nos regala la consolación espiritual,
por lo tanto lo que se pide es gozar de una vida nueva, “que no viva yo sino
que Cristo viva en mí”, como dice San Pablo. La alegría de Cristo resucitado no
es solamente que Él ya pasó por la cruz sino que es el que “todo se ha
cumplido”. Es la alegría de haber sido fiel al Padre y así haber llevado a
todos los hombres al corazón de Dios. No es una alegría porque ya pasó el
sufrimiento sino es la alegría de la misión cumplida. El sueño de Dios para la
humanidad se ha cumplido y todos podemos participar de la vida divina. Es el
canto de la pascua del sábado santo. El pecado y la muerte han sido vencidos.
La alegría y el gozo del Señor resucitado es lo que expresa el sentido de todo
lo que ha sido la vida de Jesús en este mundo.
Quería detenerme en esta petición a la
que San Ignacio nos invita, pedir lo que deseo y aquí será: “Pedir gracia para
alegrarme y gozarme de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor”. El gozo
del Señor resucitado es un don recibido, es gratuito. Hay que pedirlo porque
Jesús comunica este gozo y lo hace desinteresadamente. Este gozo es una
consolación que lleva a compartir la vida con los demás, se hace apostólica y
es de envío. Es una alegría tan honda que cala el núcleo más íntimo de nuestra
persona y por lo tanto nos transforma y armoniza desde lo más profundo de
nuestro corazón.
Contagiarnos de la Alegría de la Resurrección
Padre Ángel Rossi
Hoy los ejercicios toman un giro
particular, y entrando a lo que Ignacio llama la cuarta Semana, y entramos en
la Resurrección del Señor. San Ignacio nos pone de frente a este Señor que
viene con el oficio de consolar. Si estos días lo hemos venido siguiendo,
acompañándolo en la pena, acá Ignacio abre todas las ventanas a la alegría y nos
invita a disfrutar, a pedir la gracia de la alegría que brota de Cristo
resucitado. Todos los relatos de la resurrección nos muestran al Señor que
viene con el oficio de consolar, que marca también en nosotros la vocación.
Todo cristiano según su carisma, según el lugar donde Dios nos ha puesto,
tenemos el oficio de consolar a quienes el Señor puso a nuestro lado.
Ignacio en la cuarta semana nos hace
pedir dos gracias: la primera es la gracia de la alegría y gozo que trae la
resurrección; es la más importante. Y hay una segunda gracia que la vamos a
rezar al final de este ejercicio, que es la gracia de la memoria. Están unidas
porque es la memoria agradecida que también nos llena de gozo.
El gozo es el amor de un bien presente,
así como la tristeza es el amor de un bien que está ausente. El desafío nuestro
es la dicha, la alegría y de hecho estamos llamados a ser felices. Cuando a San
Agustín le preguntaban cuál era la clave de la sabiduría, él decía que sabio es
el que encuentra la clave para ser feliz. Y cuando le preguntaban qué
significaba ser feliz, agustín decía: “Ser feliz es amar y saberse amado”. Ésta
es la primera gran vocación, la de las bienaventuranzas...
La felicidad y la alegría, es lo que
Ignacio nos presenta como experiencia y como exigencia de la resurrección del
Señor. Si bien la alegría invade el Antiguo Testamento estalla en el Nuevo
Testamento. La alegría aparece cincuenta y nueve veces en el texto del Nuevo
testamento.
Les doy dos citas para que ustedes, si
quieren, después recen en torno a esta gracia:
Son textos de las despedidas de Jesús
que rezamos días anteriores en clave de pasión, pero Jesús en un ámbito de
mucho dolor habla de la alegría. Jesús dice: “Les he dicho esto para que mi
alegría esté en ustedes y su alegría sea colmada” (Jn 15, 11). O también
“ustedes están ahora tristes pero volveré a verlos y se alegrará su corazón y
su alegría nadie se las podrá quitar. Ese día no me van a preguntar nada. Pidan
y recibirán para que su alegría sea colmada” (Jn 16, 22-24). Está hablando en
un contexto de dolor porque se viene la cruz y sin embargo el Señor
obstinadamente repite el tema de la alegría.
Y el otro texto clásico es de San Pablo
y dice: “Estén siempre alegres en el Señor” (Filip 4,4-7). Nos conoce, sabe y se
da cuenta que hay resistencia en nosotros y dice: “Se los repito, estén
alegres. Que la bondad de ustedes sea conocida por todos los hombres”. Y
después da la razón de esa alegría: “el Señor está cerca”.
Fíjense que linda expresión. Uno puede
imaginar el sentido del final de los tiempos, pero también uno puede entenderlo
en el sentido que el Señor está cerca, junto a nosotros, en lo hondo de nuestro
corazón y esto para nosotros es motivo de alegría por eso agrega Pablo: “No se
inquieten por cosa alguna”.
Es curioso que a veces haya una
resistencia en nosotros a la alegría. A veces tenemos la sensación de que uno
es más fiel sufriendo que gozando, lo que es una gran mentira, algo que quizás
los curas y catequistas hemos enseñado mal. Así da la impresión que sufriendo
uno es más fiel al Señor que gozando, lo cuál es grave como afirmación, porque
el gozo, la alegría, es lo más propio del cristiano. En los tiempos de alegría
nuestra fidelidad se manifiesta en disfrutar, así como en los tiempos de dolor
nuestra fidelidad se manifiesta en la paciencia. Santa Teresa lo resolvía
diciendo aquello: “Cuando perdices, perdices, cuando penitencia, penitencia”.
Perdices aludiendo a un plato rico, entonces cuando son tiempos lindos
disfrútelo, soy fiel disfrutándolo. Cuando vienen los tiempos de dolor,
aguante.
Éste es el desafío, el saber que el gozo
es tan importante y más que el dolor. Para un cristiano el gozo, la alegría y
la resurrección debería ser el estado habitual. Por otro lado no somos
ingenuos, sabemos que hay momentos de mucha tristeza, hay dolores grandes,
pérdidas muy dolorosas, pero entonces con mucha sabiduría, los monjes decían
que en los tiempos de mucho dolor la alegría toma la forma de la paciencia. Es
decir la alegría se queda como esperando y no la arranca del corazón. A la
tristeza la podemos ofrecer momentáneamente mientras sufrimos pero no puede ser
un estado de vida si es que queremos ser cristianos, aún cuando nos lleve mucho
sacrificio el salir de la tristeza. Esto es lo que el Señor resucitado nos trae
como primera gran gracia de la resurrección y diría yo que es la gracia más
importante que tenemos. Alegría que a veces cuesta definirla, y es más fácil
experimentarla y uno lo descubre en las personas que son alegres y es como si
te hicieran la vida más fácil.
A veces uno tiene lo suficiente para ser
feliz y estar contento y sin embargo se siente incómodo. Hay una tesis doctoral
de un Jesuita norteamericano que lleva un título interesante, “El malestar de
sentirse bien”. A veces cuando estamos bien empezamos a sentirnos incómodos, y
sospechamos que hay algo que anda mal o que estamos haciendo mal y no nos
estamos dando cuenta... O algunos dicen: “andamos bien” y agregan una frase
terrorífica: “qué se vendrá”. O a veces peor todavía se la colgamos a Dios y
decimos: “andamos bien, qué me estará preparando el Señor”. Como si el Señor
estuviera metido en una especie de laboratorio y al vernos bien piensa
inmediatamente algo para mandaros. Es una imagen muy triste de Dios y nada
tiene que ver con la realidad. Decimos: “¿Qué se vendrá?” Y capaz que se viene
más gozo todavía y si yo no me dispongo desaprovecho la oportunidad, o peor aún
la aborto antes de que florezca. Yo le robo una frase a Borges que el toma de
la mitología griega y dice: “De hambre y de sed muere un hombre al lado de la
fuente”. A veces en lo espiritual pasa esto, tenemos lo suficiente para estar
contentos -no la plenitud porque la plenitud sólo se va a dar en el cielo- y no
termina de creerle y le tiene desconfianza. Y salimos a buscar alguna
contradicción por ahi, y por supuesto que rápido encontramos alguna y nos
sentimos más seguros cuando estamos sufriendo. Esto es una especie de límite o
enfermedad espiritual que sería muy bueno que nos animemos a vencerlo.
“Alégrense”
La gracia que Ignacio pide en este
momento nos lleva a las contemplaciones de la resurrección y en ellas, el
primer gran mensaje de la resurrección es: “alégrense, ánimo”, o dicho
negativamente: “por qué dudan, no tengan miedo”. El gran mensaje del Señor en
la resurrección es la alegría. El gran mensaje de Jesús, el imperativo cada vez
que se encuentra con los discípulos es sacarlos de la tristeza, es la alegría.
Por otro lado el gozo para nosotros es
esencial porque es testimonial, no es un privilegio ya que el gozo para el
cristiano es necesidad, es obligación y es parte esencial del anuncio. Decía
Pablo VI, “un evangelizador triste traiciona el mensaje” decía en la carta
apostólica “El anuncio del evangelio”. El anuncio del evangelio debe ser dado en
alegría porque el gozo del anunciador será el elemento que seduce, interpela y
le da credibilidad al mensaje y provoca en el que escucha la convicción de que
este anuncio, por lo que se ve en su rostro y en sus gestos, vale la pena y es
realmente buena noticia. No hace falta ser muy geniales para darnos cuenta que
una de las tentaciones más fuertes y sutiles de este mundo y también de muchos
cristianos y en muchos casos de nuestra Iglesia es la tristeza. A mí siempre me
pareció muy sugestivo el planteo de muchos padres de la Iglesia que no
consideraban a la pereza la madre de todos los vicios, como solemos decir, sino
a la tristeza.
Cuando leemos los textos de la
resurrección notamos cuánto le costó al Señor consolarlos, sacarlos de su
tristeza, animarlos al anuncio gozoso de la resurrección. Se dice que Cristo
fue tan paciente en su vía crucis como después de su resurrección cuando
durante cincuenta días los buscó personalmente a cada uno de ellos para
consolarlos. El Cardenal Martini dice que Jesús tuvo una pedagogía particular
de acuerdo con la circunstancia y el modo de ser de cada uno.
Por ejemplo, a Magdalena, la afectiva,
nombrándola con ternura; a Juan, el intuitivo, por medio de la piedra corrida y
la sobreabundancia de la pesca; a Pedro en su lentitud le dejó los lienzos y el
sudario doblado, lo hizo participar de la pesca milagrosa y le envió a Juan
para que le dijera en la pesca “Pedro, es el Señor” y Jesús le preparó aquél
delicado desayuno y después lo llamó aparte para conversar. Tenía que hacer que
aquél hombre todavía herido por la triple negación de su traición se curase con
un triple sí, “Señor tú lo sabes todo, tú sabes que te amo”, va a decir Pedro.
Y a los discípulos encerrados, muertos de miedo se les manifiesta vulnerando
sus puertas cerradas y pacificándolos. Con los discípulos de Emaús va a tener
que caminarse unos cuántos kilómetros para ir calentándoles el corazón y
finalmente lo puedan reconocer al partir el pan. Con Tomás, el escéptico, tiene
que redoblar los gestos, y cuando aquél vuelve a la comunidad, lo llama y le
concede su capricho: “Toca, mete la mano en mi costado”.
El gozo para nosotros se constituye en
una exigencia personal. La posesión y perseverancia de algo muy nuestro que es
don pero que se cuida, que se defiende, que no se negocia a cambio del gozo
eufórico falaz y pasajero que ofrece seductoramente el mundo. Y se constituye
en una exigencia apostólica. El gozo es para ser dado, es el puente tendido de
un corazón a otro por el que cruza la Buena Nueva y la hace creíble.
Pronzato hace hablar a un hombre no
cristiano reclamándole a quién dice ser cristiano, lo que le es más propio y
que más necesita de él para poder creer, que es la alegría.
El no cristiano dice: “Tengo necesidad
de tu alegría hermano, el servicio más grande que espero de vos es la alegría.
La alegría de los superficiales, de los oportunistas, de los mediocres, de los
ricos, de los condenados a placeres forzados, de los esclavos de la apariencia,
de los vanidosos... ya la conozco, ya sé lo que es. Yo tengo necesidad de la
alegría de una persona que se ha jugado su vida por el Señor, me interesa,
tengo que descubrirla y necesito conocerla, mirarla a la cara, aprenderla. No
la escondas por favor, no la enmascares. Cometerías un robo, nos privarías de
algo a lo que tenemos derecho. Muéstrame a Dios con tu alegría, no me interesa
saber lo que es Dios en sí mismo, cualquier libro me puede dar esas nociones yo
tengo ganas de saber lo que es Dios en vos, qué provoca en vos, como te
transforma. Me urge descubrir lo que sucede cuando Dios llena completamente una
vida. Pido a tu alegría, los signos de la presencia de Dios en tu existencia.
No dudo de tu muerte en Cristo, pero me hacen falta las señales de tu vida en
Él”.
Estas palabras fuertes de Pronzato de
alguna manera nos ponen de frente a la exigencia que el mundo nos pide a
nosotros como testimonio. Y por eso Ignacio en este momento pide “gracia para
alegrarme y gozar intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor”.
La Piedra fue corrida
Otro texto que les propongo es en Marcos
16, 18 que podemos unirlo a Juan 20, 11-18, la escena donde las mujeres van al
sepulcro. Posiblemente fue una sola escena dividida en dos momentos, uno puede
imaginar como le dé más devoción.
“Pasado el sábado, María Magdalena,
María la madre de Santiago y Salomé compraron perfume para ungir el cuerpo de
Jesús. A la madrugada del primer día de la semana cuando salía el sol fueron al
sepulcro y se decían entre ellas: ¿quién nos va a correr la piedra de la
entrada del sepulcro? Pero al mirar vieron que la piedra ya había sido corrida,
y era una piedra muy grande. Al entrar al sepulcro vieron a un joven sentado a
la derecha vestido con una túnica blanca. Ellas quedaron sorprendidas, pero él
les dijo: “No teman, ustedes buscan a Jesús de Nazareth el crucificado, ha
resucitado, no está aquí. Miren el lugar donde lo habían puesto, vayan ahora a
decir a sus discípulos y a Pedro que él irá antes que ustedes a Galilea, que
allí lo verán como el se los había dicho. Ellas salieron corriendo del sepulcro
porque estaban temblando y fuera de sí, y no dijeron nada a nadie porque tenían
miedo”.
Esta escena tan hermosa expresa todo el
amor de ellas por el Señor. Uno podría ver el camino de estas mujeres en la
mañana del domingo, puede imaginarlas, queriendo ungir el cuerpo de Jesús y a
la vez conscientes de la piedra que podría impedirles hacerlo. Es interesante
que mientras van de camino se tientan, se acuerdan de la piedra, se dan cuenta
que era inútil seguir yendo porque a esa piedra no la iban a poder correr... y
sin embargo es muy lindo porque no se vuelven sino que siguen caminando y Dios
las bendice cuando ya estando cerca, descubren que la piedra, que era muy
grande, ya estaba corrida.
Hay piedras nuestras que sí las podemos
correr, siempre con la ayuda del Señor. Por ejemplo en la tumba de Lázaro Jesús
les dice a la gente allí: “Corran la piedra”. Hay piedras que uno puede solito,
con la ayuda del Señor, correrlas, y hay otras piedras que si Él no las corre
es imposible. Hay cosas que uno las pone muy en manos de Dios porque uno solo
no puede, uno toca el límite y el texto nos presente uno de estos casos. Luego
lo imprevisto, la preocupación de la piedra se desvanece al ver que había sido
corrida. El Cardenal Bergoglio comenta en una homilía del 2006 de la Vigilia
Pascual, “la dificultad se vuelve puerta de entrada, la duda aflora en
horizonte prometedor, la sorpresa engendra esperanza, lo que era muro e
impedimento se transforma en nuevo acceso a otra certeza y a otra esperanza que
las pone nuevamente en camino. “Vayan ahora a decir a sus discípulos y a Pedro
que Él irá antes que ustedes a Galilea y allí lo verán como Él se los había
dicho”.
Y ahí comienza un nuevo camino, en
continuidad con el anterior pero nuevo: “Vayan, allí lo verán”. Estas mujeres
que distaban bastante de estar tranquilas, salieron corriendo temblando y fuera
de sí, “tenían miedo”, dice el evangelista. Sienten en sí el estupor que
produce todo encuentro con el Señor quién de esta manera se va acercando a
ellas para manifestárseles plenamente.
Este camino que hacen estas mujeres, que
hace María Magdalena, María la madre de Santiago y Salomé, puede confrontarse
con nuestro camino en los ejercicios. Uno puede imaginarse el camino que hemos
hecho hasta aquí en los ejercicios y entonces podemos preguntarnos: ¿qué tal mi
camino? ¿Va en dirección de la promesa del encuentro con Jesús resucitado? ¿Se
detiene y vuelve atrás ante la dificultad de las tantas piedras de la vida? ¿O
como los de Emaús disparan hacia el lado contrario para no tener dificultades?
¿O como los otros discípulos, prefiero la parálisis, el encerrarme, y la
defensa ante cualquier horizonte de esperanza. Mi camino, el personal, ¿apuesta
a la esperanza?, ¿busca el encuentro? ¿Se dejó tocar por la noticia y sale
corriendo de todo lo que es sepulcro y muerto? ¿sale corriendo temblando y
fuera de sí con miedo porque sintió el escalofrío del anuncio y el estupor de
la presencia?
Javier Albisu siempre comenta en sus meditaciones:
“El sepulcro encierra una esperanza guardada, una esperanza contenida, que
ninguna piedra por grande que sea podrá tapar”. No se puede frenar la vida, no
se puede tapar la vida, y allí todo huele a plenitud del vivir, todo allí huele
también a niño, a una especie de nuevo Belén, en esa tumba con la piedra
corrida. La muerte cede el lugar a la vida. La vida va desatando aquellos nudos
de muerte que la tenían atada y aquellas vendas arrojadas en el suelo son como
una bandera rendida, la bandera de la muerte. La piedra ha sido corrida y da
mido entrar. Estas mujeres, al ver la piedra corrida se alegran, igual cuando
llegan Pedro y Juan, pero les da miedo imaginar lo que se pueden encontrar. Da
miedo pensar como será un vivir nuevo.
El Señor viene con la fuerza y el
consuelo propio del resucitado para ayudarme a pasar a la vida, a mi vida
diaria de resucitado y normalmente la primera reacción es el miedo, es lo que
más le cuesta a Jesús sacarles a ellos y sacarnos a nosotros. Al Señor le es
más fácil aliviarnos en el dolor que fortalecernos en la alegría. Dice allí:
“Estaban llenos de temor”. En la otra escena dice: “No se atrevían a levantar
la vista del suelo”. Tenemos miedo que en el gozo se avecine algo malo tal como
hemos dicho al comienzo, por lo tanto nos hará bien quedarnos junto a la piedra
removida.
Puede ser un modo de rezar, contemplar
esa escena y quedarnos junto a la piedra corrida hasta que esa certeza de lo
que Dios ya hizo por mí sea algo incuestionable. Ayudará pasar por la memoria
del corazón las piedras que el Señor ya corrió, esquemas que el Señor removió,
obstáculos o impedimentos que quitó en nuestra vida, proyectos que renovó, la
luz que nos dejó quizás en momentos de mucha oscuridad, la confianza que nos
puso de pié en momentos de tristeza o de prueba. Muchas veces nos ocurre como a
aquellas mujeres que seguimos buscando entre los muertos al que está vivo, lo
buscamos en las cosas oscuras, lo buscamos en las parálisis. Dios pasó por
todas aquellas situaciones que nosotros creíamos clausuradas y de las cuáles
parecía que no saldríamos más.
Por lo tanto, pedir dejar consolarme por
el resucitado a las puertas de mi sepulcro, junto a la piedra que Él ya
removió. Aquello tan lindo si quieren en 1 Corintios 15, 54 -55 “La muerte ha
sido vencida, ¿dónde está muerte tu victoria, dónde está tu aguijón?”
Y si quieren centrarse en la mirada de
Magdalena que también fue entre aquellas mujeres, pero San Juan la toma aparte.
Puede ser que Magdalena o regresó con las mujeres y después se volvió solita o
quizás se quedó en la duda y entonces tiene el encuentro con aquel jardinero a
quién no reconoce que es el Señor. Dice por allí algún autor que a veces las
lágrimas no nos dejan ver y el dolor nos enceguece, y es un poco este caso,
Magdalena lo tenía al Señor al lado y no lo podía reconocer, y muchas veces a
nosotros nos pasa lo mismo. A ella no la frena ni la piedra ni su historia, que
la historia de Magdalena era una piedra pesadísima ciertamente, corre, pero a
la vez cree y no cree, no se anima a la luz, la vislumbra pero prefiere todavía
hablar de muerte. Cuando vuelve a los discípulos dice: “Se han llevado el
cadáver”. Ella sigue dolorosa y el Señor viene glorioso. Es como si nosotros le
dijéramos: “Yo doloroso, y vos venís glorioso; yo rumiando tristeza y vos venís
diciéndome “alégrense”; yo coleccionando tinieblas y vos diciéndome “llénense
de luz”; yo tirado y vos diciéndome “tengan ánimo”; yo lápida y vos piedra
corrida”.
Es hermosa la secuencia de resurrección
que vamos a rezar también el día de Pascua “Dinos María Magdalena ¿qué viste en
el camino para tener esta alegría tan grande?” Nosotros podríamos seguir “¿Qué
viste en el camino de este tiempo?, ¿cuál ha sido esa piedra corrida que hace
que tu actitud sea tan distinta?”.
El P. Ernesto Giobando, habla de esta piedra del
sepulcro abierto como signo de la vida futura:
“Quién nos correrá la piedra? se
preguntan las mujeres que acuden al sepulcro, ¿quién nos correrá la piedra de
la falta de fe?, ¿quién nos correrá la piedra del egoísmo?, ¿quién nos correrá
la piedra que aprisiona la esperanza?, ¿quién nos correrá la piedra que impide
tantas muestras de ternura?, ¿quién nos correrá la piedra de la falta de
diálogo en nuestras familias?, ¿quién nos correrá la piedra del apuro para dar
lugar al sosiego?, ¿quién nos correrá la piedra de la injusticia que deja a
tanta gente al borde del camino?, ¿quién nos correrá la piedra de la impunidad
que nos hace sentir exiliados en nuestra propia tierra?, ¿quién nos correrá la
piedra de la inseguridad que nos lleva a vivir enfrentados y temerosos entre
hermanos?”
Y entonces dejar que el Señor nos diga:
“No teman, ¿ustedes buscan a Jesús de Nazareth, el crucificado? Ha resucitado,
no está aquí, miren el lugar donde lo habían puesto”. Que este sea el paso en
este caminito de resurrección donde Ignacio nos pide que dejemos los
pensamientos tristes y que traigamos a la memoria todas las cosas lindas.
Ignacio sugiere que en esos días de ejercicios comamos bien, abramos las
ventanas, contemplemos la flores. Busca que los gestos externos acompañen la
contemplación de este Señor lleno de alegría y que nos anda buscando. Si nos
buscó en la pasión con tanta paciencia, nos busca ahora para sacarnos de los
desencantos y de las tristezas... Nos busca porque nos quiere y porque nos
necesita. Somos nosotros sus anunciadores y no son tiempos para andar con
anunciadores enfermos de tristeza que por la misma tristeza hacen que el
mensaje no sea creíble. A animarse y a dejarse mirar hondamente por el Señor y
dejarnos decir, con ese rostro transfigurado, hermoso, de Cristo resucitado,
“Ánimo, alégrense, no tengan miedo”.
Con estas contemplaciones comenzamos
esta última etapa de los Ejercicios Espirituales, hermosa, de la contemplación de Cristo
resucitado.
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