Nos dice Marta Irigoy que ayer nos preguntábamos cómo va siendo mi adhesión de amor al Señor, cómo va siendo mi amor al Señor. En la meditación de las bienaventuranzas Jesús nos fue revelando su estilo y pedimos la gracia del interno conocimiento suyo.
Hoy incorporamos en palabras ignacianas, el “Magis”, el ir por más. A medida que vamos avanzando en las contemplaciones vamos adquiriendo las gracias que pedimos cada día, el interno conocimiento del Señor para que más le ame y le siga. El “magis”, que es este deseo de más, considera ciertos verbos que el proceso de los ejercicios nos va encaminando. Nos vamos identificando más con el Señor. El Señor que ama y que me invita a amar y yo amo; el Señor que me invita a seguirlo y yo quiero seguirlo; el Señor que me muestra todo su corazón y que yo quiero imitarlo, tener sus sentimientos: el Señor que es servidor y yo quiero ser como Él, servidor de mis hermanos. En este tiempo se va dando una profunda conversión en nuestro corazón. A medida que vamos teniendo experiencia de Él nos vamos enamorando de su persona, de su estilo propio que brota del evangelio.
Estas contemplaciones siempre van marcadas por el más amarle y seguirle, y vamos experimentando la consolación. La persona de Jesús pobre y humilde nos atrae y nos consuela. Jesús comienza a considerarse como un valor absoluto, meterme en su camino vale la pena, me trae felicidad y las demás cosas de mi vida van ocupando su justo lugar. Nos encontramos en un proceso de profunda liberación.
El deseo del magis de más amarlo, más seguirlo, más servirlo hace que el Jesús pobre se convierta en un modelo de identificación para mí, que me gusta y me va enamorando y se convierte en una fuerza que motiva mi deseo de cambiar y de tener un corazón alineado a Él. Su persona me entusiasma y me trae una nueva vitalidad. Ésta es la gracia que venimos pidiendo todos estos días “poder conocerlo internamente, para más amarlo y seguirlo”.
Este seguimiento que conduce a tal identificación con Jesús es gracia del Señor y no fruto del esfuerzo humano. Es un regalo que Él nos concede, nosotros no podemos alcanzarlo a Él. Y es un regalo constante, porque nunca estamos totalmente convertidos o identificados con Él, siempre hay más... el amor siempre es más. Este amor que experimento deberé manifestarlo en actos con hermanos concretos, sobretodo con los más pobres. No es un amor que se queda entre el Señor y yo; siempre el amor de Dios nos invita a amarlo en los demás, sobretodo en sus preferidos los pobres y los vulnerables.
La pesca milagrosa
P. Angel Rossi
En este tiempo central de los ejercicios vamos siguiéndole los pasos al Señor, es tiempo de contemplarlo, de ver sus gestos, porque contemplando y viendo cómo Él actuaba es como nos vamos identificando con Él conforme a esta gracia que pedimos: el interno conocimiento del Señor para que conociéndolo lo ame y amándolo lo siga. Al reflexionar en sus gestos vamos descubriendo las cosas que tenemos que cambiar. Lo acompañamos afectivamente, metiendo el corazón en la escena.
Hoy vamos a contemplar la pesca milagrosa, donde el Señor invita a los discípulos a ir mar adentro y nuevamente echar las redes (Lc 5, 1-11)
“Estaba él a la orilla del lago Genesaret y la gente se agolpaba sobre él para oír la Palabra de Dios, cuando vio dos barcas que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían bajado de ellas, y lavaban las redes.
Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra; y, sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: Naveguen mar adentro, y echen las redes. Simón le respondió: Maestro, hemos trabajando la noche entera y no hemos sacado nada pero, si Tú lo dices echaré las redes. Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse.
Hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues, y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían. Al verlo Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús, diciendo:
Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador. El temor se había apoderado de él y de cuantos con él estaban, a causa de los peces que habían pescado. Y lo mismo de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Jesús dijo a Simón: No temas. Desde ahora serás pescador de hombres. Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron. “
Este es el texto que eligió Juan Pablo II en el Jubileo hablándole a los jóvenes, lanzó este desafío: ¡Vamos mar adentro!. ¿Qué significa ir mar adentro? Él decía: ir mar adentro es recordar con agradecimiento el pasado, vivir con pasión el presente, y mirar el futuro con confianza.
Basándome en Javier Albisu voy a hacer algunas reflexiones. El texto es muy gráfico sólo nos queda imaginarlo: el lago, las barcas, las redes, la gente.
Subirlo a Jesús a la propia barca
Cuando Jesús los invita a ir mar adentro Pedro le dice “hemos trabajado la noche entera”, como diciendo “hicimos todo lo posible y hasta el último momento”. Es una linda expresión porque nosotros también hacemos todo lo posible en nuestros ámbitos, y pescar implica esperar y tener paciencia.
Por otro lado cuando Jesús pasa por ahí dice el texto que “los discípulos estaban limpiando las redes”... Limpiar las redes después de no haber sacado nada podemos decir que es un momento de micro frustración. Por un lado un momento doloroso y a la vez de esperanza, porque si están limpiándola es porque van a volver a intentar. Limpiar las redes es un modo de sacar el desaliento, de sacar el cansancio, es un modo de romper las ganas de no salir de nuevo. Muchas veces tenemos ganas de “tirar las redes y rajarme”, si me quedo venzo las ganas de no salir de nuevo. “Quitar todo lo que la experiencia pasada dejó como resaca”, dice Albisu. Las experiencias que no se dieron como uno deseaba hay que limpiarlas, hay que sacar el sabor amargo de la mala experiencia.
En el texto Jesús sube a la barca... es invitarlo a Jesús a que venga a sentarse a nuestra barca, que nos enseñe de lo vivido. La barca es un signo muy lindo y muy fuerte, es la barca que experimenta los efectos de la pesca, como imagen del corazón... hacia el atardecer a veces la barca vuelve llena y a veces vacías. Nosotros en nuestro trabajo, en nuestros apostolados, a veces volvemos con la sensación de barca llena y otras con sensación de redes vacías. Sea como sea la pesca hay que cuidar la barca, sea como sea que nos haya ido hay que cuidar el corazón, hay que reparar los efectos del desgaste. Nuestro corazón no es un acorazado, sufre los golpes y sufre las cargas y hay que cuidarlo. Aún cuando el corazón vuelva lleno, si no se cuida, corre el peligro de que se filtre en pequeñas cantidades el agua de la tristeza. En estos días hemos visto la experiencia del Costa Concordia en Italia, seguramente recordamos la experiencia del Titanic, es la posibilidad de que nos llevemos por delante una gran piedra y nos hundamos. Otras veces no se hunde de golpe pero se va entrando de a poquito, y si no estamos atentos se hunde.
Jesús es el que repara nuestra barca, Él el que nos muestra por dónde se nos va filtrando el gozo, por dónde vamos perdiendo fuerza en el navegar nuestro que es la vida. Es bueno saber que nuestro corazón no es una acorazada. Dicen que el que fabricó el Titanic cuando lo terminó puso adelante como leyenda “ A este barco ni Dios lo puede hundir”, una frase un poco soberbia, pero a veces nosotros también nos sentimos un poco Titanic. El desafío no es que el barco sea fuerte, porque la mar que nos toca cruzar que es la vida siempre es fuerte, nuestro corazón no es suficientemente fuerte, dependerá no tanto de la barca sino de quién la conduzca. Decía San Agustín “Señor no te pido que me saques de las tormentas, te pido que conduzcas la barca”. El desafío no es jugar al Titanic sino aún cuando nuestra barca sea frágil que sea Él quien la conduzca. La cuestión no está en la fortaleza de la barca sino en el desafío de subirlo al Señor, que sea Él quien marque el rumbo y conduzca.
Jesús nos invita a más
Navegar mar adentro después de un fracaso es cargar el deseo de ir nuevamente a fondo. Dice Albisu, en la orilla no hay respuestas grandes, las respuestas grandes se encuentran mar adentro. En medio del lago cuando el día es lindo la bonanza es única, desde ningún lugar se lo experimenta como ahí; y en los días de tormenta el navegante sabe que o lo saca Dios o no lo saca nadie. “Vamos mar adentro” escuchan los discípulos en boca del Señor, seguramente en sus corazones había otras voces que dirían lo contrario: ¿para qué volver si ya es día? ¿para qué si trabajamos toda la noche y no salió nada? ¿si es volver a la misma, para qué volver a intentar?. Decíamos en estos días que discernir es optar, uno escucha voces que conviven en nuestro corazón y elijo por una. La única voz a escuchar es “vamos mar adentro” y desechar las mil razones seguramente lógicas pero no inspiradas en a la confianza en Dios. Muchas veces Dios nos pide ese gesto que casi parece de locos, pero muchas veces en ese gesto de más Él se manifiesta de un modo especial providente, consolador, y se nos muestra más Padre.
“Echen las redes” situaciones en las que hay que confiar en las palabras de Dios que nos anima en un momento a hacer lo que nosotros no nos animamos, a hacer aquello en lo que estamos trabados. “Echen las redes” les dice Jesús, y lo último que ellos hubieran hecho es animarse, y sin embargo ellos confían en las palabras del Otro, así como también nosotros tenemos que confiar en las palabras de otros con minúscula (que sin ser Dios, nos ayudan y nos quieren bien).
“Echen las redes” es un imperativo a desplegar el corazón, a abrirlo, a agrandar la medida que las redes perdieron al no sacar nada y enredarse. Hay que animarse a soltar, a agrandar el espacio, a agrandar la medida. Soltar y soltarse de aquello a lo que estamos aferrados y enredados mal. Y ahí viene el milagro, la gran cantidad de peces es el signo de la sobreabundancia. La gracia siempre es más: más de lo que se esperaba, más de lo que se creía, más de lo que se merecía... esta sorpresa y admiración de un Señor que cuando da nos da “derrochonamente” (según la imagen de la mujer que derrocha el perfume), la medida del Señor es la sobreabundancia.
Son los tiempos lindos del alma, de gracia que son tiempos para sacar provecho, para fortalecer desde la gracia lo que se había debilitado a causa de la desolación. Algo así como recuperar lo que se zarandeó del barco. Quienes entienden de navegación dicen que las cosas que están mal agarradas en los barcos, cuando llega la tormenta se caen y es normal que cuando vuelva la calma, aparezcan las cosas flotando. Uno recupera lo que el zarandeo del barco hizo perder. Éstos tiempos son para recuperar lo que las tormentas de la vida nos quitaron: la esperanza, la confianza y tantas cosas más.
Por otro lado vemos que la reacción de los discípulos frente al milagro es llamar a los compañeros, ante tanta pesca llaman a otros. Se dice que las grandes alegrías y sobreabundancias y los grandes dolores no son para vivir solos sino que llamamos a otros. Es la certeza de que no estamos solos, que solos no podemos sacar nada, estamos con Dios y con aquellos que nos acompañan. “Llamar a los compañeros” es la característica propia de la alegría, querer incluir a otros en los momentos lindos que estamos viviendo, y lo mismo pasa ante una situación dolorosa. Somos seres necesitados de otros, por eso llamamos a otros. La gracia no es sólo para uno, sino que es también para los demás. “Llamar a otros” también incluye un ejercicio de traducción. Seguramente de una barca a otra tendrían un código. Llamar a otros que están a cierta distancia con señas para acercarlos, y para nosotros esas señas son los gestos de caridad. Los gestos de caridad traducen la gracia. Al llamar a otros la gracia se esparce más, y el otro nos ayuda a descubrir lo mucho que hemos recibido. En los tiempos lindos y en los de dolor, necesitamos “llamar a otros”.
Salir de la propia orilla, y lanzarse a lo profundo
Ir mar adentro, dejar que resuene esta expresión. “No tengan miedo” les dice el Señor y nos lo dice. Y también nos invita a ir mar adentro por tierra, una vez que somos “pescados” por Dios nos llama a ser “pescadores de hombres”... a sacar del enredado mundo a quienes luchan por salir sin saber cómo, un llamado a ser salvavidas no como guardacostas sino como expertos en mares adentro llevando a los hombre a ahondar en el mar de sus propios deseos. En toda entrega se va mar adentro, por lo tanto soltar amarras... hay que mantener firme el rumbo, hay que sostener la paciencia, hay que ahondar la esperanza para así volver satisfecho sabiendo que siempre se saca algo bueno. Ir mar adentro por tierra es darse tiempo para el aprendizaje del nuevo oficio de ser pescadores de hombres, tiempo que enseña a dar calidad a las relaciones con los demás de modo que no quede en un “orillar”.
A veces nos puede pasar que nos pasemos la vida “orilleando” el lago... Es estar en el lago en la costa, con el agua hasta los tobillos, y si viene la tormenta salir corriendo. Estamos cerca pero “orilleando”. “Te quiero mar adentro” nos dice el Señor. Podemos “orillear” el evangelio, “orillear” la vida de entrega, el vínculo con los demás... estamos cerca pero orilleamos no terminamos de meter el corazón hondamente en nuestros vínculos, en nuestros compromisos y en nuestras vidas. Que Dios nos libre de andar “orilleando” en todos los aspectos. La orilla está llena de gente, el Señor nos quiere adentro en esta intimidad misteriosa de ir mar adentro en todo.
Repasando el texto, imaginándolo, reflexionando, dejando que el Señor nos hable, viendo en qué se nos enredan las redes y qué cosas le quitan espacio, y poder dejar decirnos “vamos mar adentro”, “no tengas miedo”, “inténtalo una vez más”. Que cada una de las palabras y de los gestos de esta escena bella pueda volver a nuestras vidas y que se convierta en coloquio. Ignacio nos pide que cada contemplación se convierta en una conversación. Que en esa charla nos animemos a decirle con confianza: “Señor le tengo miedo a ir mar adentro”, “Señor ayúdame a desenredar el corazón”; “Señor esta barca es demasiado flojita, si vos no la conducís se me hunde”.... Que la contemplación nos abra al coloquio, poder hablar con el Señor como un amigo habla con otro amigo, como dice San Ignacio. Y eso nos hace mucho bien. También dejar un espacio de silencio para que el Señor nos hable, para que vaya bajando al corazón. Y no olvidarnos de pedir la gracia del Interno conocimiento de Cristo, para que conociéndolo lo ame, y amándolo lo siga y lo sirva. Sabemos que Él viene con nosotros, no nos manda solos.
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