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Hoy vamos a detenernos a pedirle al Señor que nos revele lo que hay en lo profundo de nuestro corazón. Es importante tener en cuenta que sólo Dios puede revelar el pecado a cada uno. Por eso tenemos como petición el pedir el "conocimiento interno de mis pecados", descubrir qué es lo que hay en lo más profundo de nuestro corazón, qué hay detrás de mis actitudes, de mis búsquedas, qué pueda experimentar el desorden de mis obras. Estas cosas que me hacen vivir la vida sin tener en cuenta la voluntad de Dios le llamamos afectos desordenados.
En el ejercicio de hoy vamos a pedir la gracia de la enmienda, de volver a empezar, de nacer de nuevo como Jesús invita a Nicodemo. Podemos decir que éstas meditaciones sobre el propio pecado tienen como fin poder entablar con el Señor un diálogo de misericordia. Éste es un momento importante dentro de los ejercicios, por eso San Ignacio recomienda que terminemos cada espacio de oración con un coloquio de misericordia en donde pida conocimiento de mis pecados, conocer cómo me quita libertad, y no me deja ser feliz... que sienta lo que tengo que cambiar para ordenar la vida.
"Señor que vea"
Nos dice el P. Ángel Rossi que la petición más justa para éste día al rezar es aquello que le pide el ciego de nacimiento en Marcos 10,51 "Señor,que vea" es decir que sea Dios quien me muestre cuál es mi pecado o cuál es aquella dimensión que necesita ser cambiada. Que Él muestres de mi vida las actitudes, gestos, palabras que lastima a Él y a nuestros hermanos.
El poder ver el propio pecado es revelación de Dios, sólo Él lo muestra a la persona. No está en nosotros, lo más que está en nosotros es pedirle humildemente perdón. Nosotros leemos, examinamos, y al hacerlo le vamos pidiendo al Señor que Él sea el que nos vaya mostrando aquello que Él quiere que cambie. No significa cambiar todo, sino aquello que el Señor quiere en éste tiempo de mi corazón. San Ignacio, hace pedir una gracia en estos días al revisar el corazón: de tratar de ver y ponerle nombre a nuestros pecados. Ignacio no espera que hagamos una lista, sino que esta gracia que él llama de "crecido e intenso dolor de mis pecados" es decir, poder sentir el dolor y el desorden de mis pecados,y lo que provoca... poder conocerlo y experimentar éste desorden para poder aborrecerlo, para poder luchar contra él.
La gracia, dice el P. Ángel Rossi, sería que Dios me haga sentir el dolor de mis pecados, para lo cual a veces no hace falta todos los pecados, sino alguno o algunos de ellos que tocan al corazón éste dolor. No es un dolor torturante que hace daño, es un dolor purificador. Es la diferencia entre el arrepentimiento y el remordimiento: el primero buscamos arrepentirnos y generar un cambio, mientras el remordimiento no es de Dios, es del mal Espíritu. San Ignacio dice que el mal Espíritu muerde y entristece al alma. Se puede revisar el pecado de dos modos: ponerle nombre con una inmensa esperanza y con sentido de misericordia que a la vez convive con un intenso dolor del pecado, junto a una experiencia interior de que el Señor me está rescatando. Es por un lado una experiencia dolorosa y a la vez una experiencia que purifica, nos libera y nos hace bien. El mal espíritu en cambio la muerde al alma, la llena de remordimiento.
San Ignacio invita a revisar los lugares donde he vivido. El pecado no es un comportamiento aislado, tiene una estructura y un ambiente que lo posibilita. El pecado es la acción libre del hombre en contra del proyecto de Dios, que le hace daño a él mismo y a los demás, y por eso afecta al deseo de Dios que quiere nuestro propio bien y el de los otros. El pecado es relacional.
¿Desde donde pararme para ver mi propio pecado? se pregunta el P. Ángel Rossi a lo que contesta: quizás nos haga bien, imaginarnos frente a alguien a quien queremos muchos... una persona humana, un amigo, nuestro padre, nuestra abuela, alguien a quien uno no quisiera de ninguna manera fallarle. El pecado es eso, fallarle a aquellos que más queremos. Lo que buscamos con el ejercicio no es tanto la gravedad del pecado sino éste dolor de la ingratitud.
San Ignacio que fue un hombre fue un hombre dado a las vanidades del mundo, conoció el pecado y sin embargo ya grande y convertido va a decir que "el peor pecado del hombre es la ingratitud". Todo pecado más grave o menos grave siempre es un gesto de ingratitud, es una respuesta ingrata a un amor que hemos recibido antes y que le respondemos de un modo mezquino o traicionero. Ese dolor de la traición al amigo que queremos, a nuestros padres o abuelos, lo ponemos frente al Señor en la cruz, reconocemos que está allí por mí. Desde ahí, frente a Él, revisamos con mucha humildad y desde su misericordia nuestro propio pecado.
No se trata de hacer un psicoanálisis sino que nos pongamos ante el espejo de la cruz y la Palabra de Dios para que nos ilumine por dentro. Hoy pedimos a Dios que nos cambie el corazón, un don que sólo Él puede darlo, por lo que se lo pedimos insistentemente. No es cuestión de voluntarismo sino de gracia, y las gracias hay que pedirlas.
Lecturas para rezar
- Ezequiel 36,26: "Les daré un corazón nuevo y pondré dentro de ustedes un Espíritu nuevo, quitaré de su carne ese corazón de piedra y les daré un corazón de carne". Le pedimos al Señor que pase por sus manos nuestro corazón, que lo cambie en el sentido que Él lo acaricie, lo cure y este corazón de piedra en el roce de su mano se vuelva, de a poco, un corazón de carne. Cada uno sabrá qué parte del corazón se ha vuelto piedra. Pedirle al Señor humildemente "Señor cámbiame el corazón" y dejarme responder por Él con este texto de Ezequiel y hacerlo propio.
Nos dice el sacerdote jesuita, que como manera de examinar el alma podemos preguntarnos qué significa en mi el corazón de piedra, o qué lugares de mi corazón están endurecidos. Algunos lugares son luminosos y llenos de vida otros oscuros y fríos; algunos solitarios, otros poblados de rostros y cariño. Basándose en Javier Albisu, el P. Rossi reflexiona:
Quitá de mí el corazón cerrado, un corazón que pone llave a lo que pasa dentro con el pretexto de que sólo él entiende lo que le pasa y nadie más...
Quitá de mí el corazón enredado que vive dando vueltas sobre sí mismo...
Quitá de mí el corazón lleno de espinas que vive siempre a la defensiva...
Quitá de mí el corazón guardado, un corazón sin uso que no se termina de entregar que se vive cuidando de tener afectos, de solidarizarse, de amar de más y de ser amado de menos. Un corazón guardado a veces para una supuesta ocasión que nunca llega, un corazón enamorado de sí mismo...
Quitá de mí el corazón víctima que considera que todos lo han herido, que no le queda sino estarse sólo con él, todos le están en deuda...
Quitá de mí el corazón empachado de sí mismo que harta a los demás hablando de sí, o a veces un corazón inalcanzable que siempre todos tienen que ir hacia él y nunca baja a los demás. Un corazón narciso que se pasa la vida contemplándose a sí mismo, ególatra, auto-suficiente que necesita de los demás para sentirse admirado. De los otros ama sus aplausos no a la persona, ama a los que piensen bien de él...
Quitá de mí el corazón dividido, disperso, desordenado, desprovisto de la capacidad de elegir... Acá entra la sensualidad, lo que entra por los sentidos, la calle, la televisión, Internet, esto que hace que el corazón esté esclavo, que ha asentado la vida en la arena movediza de la dispersión, que por esto mismo está descentrado que le falta el hogar interior. Un corazón que se ha vuelto ciego...
Quitá de mí el corazón implacable, inmisericorde, que no se perdona nada, que vive a presión, que no sabe disfrutar. Un corazón Ícaro que vive persiguiendo un ideal que es inalcanzable, vive frustrándose porque no tiene la humildad de reconocer que no todo lo puede...
Quitá de mí el corazón enfermo de apariencia, abrumado de la necesidad de contentar a los otros, un corazón enfermo de "tener que" y no poder disfrutar...
Quitá de mí un corazón atrincherado en su capilla interior, demasiado ocupado en la propia santidad, un corazón que ama a la humanidad pero no soporta a los hombres...
Quitá de mí el corazón de piedra...
Nos dice el P. Ángel, que cuando intentamos ponerle nombre al propio pecado no interesa tanto la lista de los "frutos amargos" sino descubrir la raíz amarga que gesta todos estos frutos. Pueden ser los pecados capitales que engloba a los demás: soberbia, avaricia, lujuria, gula, ira y pereza.
- Cartas del Apocalipsis capítulo 2 y 3: están escritas como si Dios le mandara cartas a ciudad a través de los ángeles, pero es como si nos hablara de nosotros. En cada carta Dios muestras su acción en ellas y luego revela no pecados puntuales, sino actitudes de corazón. Podemos rezar con las cartas leyendo cada una e intentar reconocer en cuál de ellas me siento identificado y allí quedarme.
Pidamos en éste día ésta Gracia: "Señor que vea", que pueda sentir el dolor de mi pecado pero no para auto-flagelarme sino para que sintiendo el dolor y con la gracia de la misericordia, poder enmendarlo y re-ordenar la vida. En lo más hondo del pecado aparece la profundidad del perdón y del amor de Dios.
Momento de oración
1- Oración preparatoria: predisponernos para el encuentro con el Señor en el desierto. Intentar acallar las voces interiores.
2- Traer la materia: Se trata de reconstruir la historia de lo que contemplo a partir de los datos. Ayudará leer detenidamente y varias veces el pasaje que quiero contemplar. En este caso nos centramos en el propio corazón intentando descubrir las durezas y el propio pecado.
3- Composición de lugar: tengo que componer la escena, re-crearla, reconstruirla desde los datos que la Escritura me ofrece.
4- Meterme en la escena como si yo estuviera dentro de ella y preguntarme qué me dijo.
5- Coloquio: a partir de lo que he vivido en la contemplación, no me faltarán palabras para pedir, agradecer, alabar o simplemente disfrutar de lo que se me ha dado.
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