Estamos sobre el final de lo que San Ignacio llama la Segunda Semana, (que como etapa dura dos semanas) en donde contemplamos la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén. Con esta contemplación terminamos este recorrido que San Ignacio nos hace por la vida pública de Jesús, e ingresamos al tiempo de la Pasión y Muerte del Señor. La última semana nos centramos en el gozo de la resurrección.
Hoy leemos el texto de Mt 21, 1-11 (el paralelo es Mc 11, 1-10)
"Cuando se acercaron a Jerusalén y llegaron a Betfagé, al monte de los Olivos, Jesús envió a dos discípulos diciéndoles: “Vayan al pueblo que está enfrente, e inmediatamente encontrarán un asna atada, junto con su cría. Desátenla y tráiganmelos. Y si alguien les dice algo, respondan: “El Señor los necesita y los va a devolver en seguida””. Esto sucedió para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: Digan a la hija de Sión:Mira que tu rey viene hacia ti, humilde y montado sobre un asna, sobre la cría de un animal de carga.
Los discípulos fueron e hicieron lo que Jesús les había mandado; trajeron el asna y su cría, pusieron sus mantos sobre ellos y Jesús se montó. Entonces la mayor parte de la gente comenzó a extender sus mantos sobre el camino, y otros cortaban ramas de los árboles y lo cubrían con ellas. La multitud que iba delante de Jesús y la que lo seguía gritaba: “¡Hosana al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosana en las alturas!”
Cuando entró en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, y preguntaban: “¿Quién es este?” Y la gente respondía: “Es Jesús, el profeta de Nazaret en Galilea”.
Entra en Jerusalén montado en un burro
P. Ángel Rossi
Han pasado muchas cosas en el proceso de los ejercitantes en este tiempo: San Ignacio nos ha ido presentando a la persona de Jesucristo partiendo del deseo ardiente que el ejercitante ha manifestado en la primera meditación del Rey Temporal, concretando su respuesta personal a la llamada del rey; se ha dejado seducir por el rey eternal Jesucristo que lo invita a ir con Él para anunciar el Evangelio; San Ignacio lleva a los ejercitantes a las contemplaciones después de la infancia de Jesús, a la meditación de las dos banderas, las contemplaciones de la vida pública de Jesús con todas las claves de discernimiento y reforma que la hna Marta nos fue acercando.
En este día de Ramos se nos presenta el Señor como el rey humilde, alabado sólo por los sencillos, los pobres, los que no cuentan en sociedad y a la vez, perseguido a muerte por los poderosos de la sociedad, los sabios, todos aquellos que no están dispuestos a cambiar de vida… en definitiva todos aquellos que no reconocen en Jesús al que viene en nombre del Señor. Esta escena es una fiesta agridulce, incluso para el mismo Señor. Los sentimientos de Jesús seguramente eran encontrados; por un lado la manifestación gozosa del pueblo y el reconocimiento que Jesús acepta y seguramente lo goza. No es una entrada de un poderoso, que en su época eran los militares que volvían gloriosos después de la guerra en un carro de asalto, ingresando en calidad prácticamente de Dios. En contraste la entrada del Señor que es Dios, pero entra humilde en una burrita, signo de humildad y pequeñez. Es un rey distinto “mi reino no es de este mundo”.
El Señor sabía que le había llegado la hora más difícil, donde la redención iba a tomar la forma humanamente más dolorosa. Los sentimientos de Jesús eran encontrados entre el gozo y las lágrimas, entre la gloria y la angustia, entre la amistad y la traición, entre la paz y la guerra, entre la confianza y la perturbación. Ha llegado la hora, Padre líbrame de esta hora, pero si he llegado para ésto, glorifica tu Nombre (Jn 12, 23). El día de Ramos es triunfo del Señor pero con presentimientos amargos, día en que el Señor es glorificado pero con un contrapunto de amenaza de muerte, procesión con Ramos de paz pero que serán rechazadas.
Va a Jerusalén por mí
Nosotros dejemos a Jesús que se goce en este día, lo saludemos como los demás, pero el desafío es que también vayamos con Él. La composición de lugar será en esta escena con la vista imaginativa, como dice Ignacio, ver a Jesús entrando en Jerusalén montado en un asna, aclamado por la gente sencilla cantando “Hosana al hijo de David, bendito el que viene en nombre del Señor, hosana”. En la petición vamos a pedir: Conocimiento interno del Señor que por mí se revela como Rey humilde y sencillo para que más le ame y le sirva. El Señor va a Jerusalén por mí…
Estamos en el umbral de la pasión y la tradición iconográfica muestra al burro que el Señor pide que busquen, como un detalle cargada de sencillez y humanidad, contrapuesto a la cabalgadura de los poderosos. Son las necesidades de un Dios que elige siempre lo débil y lo que no cuenta para confundir a los prepotentes. Así se lo va a reconocer en la imagen del siervo tomando la condición de esclavo sin hacer alarde de su categoría de Dios para poder dar una palabra de aliento a cualquiera que sufra abatimiento. Es el estremecedor relato de lo que ha costado nuestra redención, en ese drama está la respuesta de amor extremo de parte de Dios. Nuestra felicidad, el acceso a la gracia ha tenido un precio: Él ha pagado por mí. Nos situamos en ese escenario, Dios en su hijo nos obtendrá la condición de hijos ante Él y de hermanos entre nosotros.
La franciscana Angela de Foligno al contemplar la Pasión decía “Tú no me has amado en broma”. O el realismo de San Pablo “Me amó y se entregó por mí” (Gl 2, 20). San Ignacio también toma este “por mí”. Sin este realismo que personaliza, este “por mí”, estaríamos como espectadores ausentes que a lo sumo siguen el desarrollo del proceso de Dios desde la butaca de la lástima o la indiferencia. Por eso nosotros podemos decir que todo lo que sucedió en aquellos días fue “por mí”, nosotros estábamos allí. Sólo quien reconoce ese “por mí” va a poder adorar al Señor con un corazón agradecido.
Volviendo al burrito, es lindo volver a escuchar las palabras del evangelio en donde Jesús dice “si alguien les pregunta algo cuando desaten la burra díganle que el Señor lo necesita”. Ojala podamos sentir que el Señor “nos necesita”, y que podamos responder cuando el Señor nos llama. Él nos necesita, nosotros también somos humildes portadores de quien viene como rey en nombre de Dios como aquel burrito.
¿Venís conmigo?
Por otro lado Jesús entra en Jerusalén. Al comenzar esta semana nos puede ayudar ubicarnos con la vista imaginativa nosotros a la puerta de Jerusalén, allí como los discípulos y la multitud, en la entrada del Señor a la ciudad para ir a la cruz y dejarnos preguntar por el Señor: ¿Venís conmigo? ¿entrás conmigo en la Pasión?. Jesús entra en la fase más radical de su misión, su muerte y su resurrección, y como hombre no puede no sentir la resistencia a este camino doloroso, de hecho lo dice el evangelista “Cuando llegó el tiempo de su partida de este mundo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén”(Lc 9, 51-52). Es interesante porque en la versión griega para decir que “tomó la decisión” dice que Jesús endureció el rostro y se encaminó. Hay decisiones y pasos en la vida de todo hombre, y también de Cristo, que hay que darlos así, endureciendo el rostro, apretando las mandíbulas y “encarando”.
Hasta ahora los discípulos venían siguiendo a un hombre fascinante, un hombre capaz de pronunciar palabras encantadoras de bondad, de misericordia, de humildad, de sanación… Ahora el seguimiento, si se mantienen en la decisión de hacerlo, va a tomar la forma del despojo. No es nada atrayente seguir a un despojado porque por un lado un despojado no tiene nada para ofrecer, y por otro es imposible hacerlo sin el paso por el propio despojo. A ésto se refería Jesús cuando les prevenía y nos prevenía que no es el discípulo más que su maestro, que quien lo siga no tendrá muchas veces guarida o nido para el cobijo, tendrá que desprenderse de muchas ataduras, y tomando el arado no volver la vista atrás (Lc 9, 57-61).
En ese camino que va desde la puerta de la ciudad (Domingo de Ramos) hasta el Gólgota (el viernes santo) y el sepulcro abierto (domingo de Resurrección) hay un lugar que el Señor se reserva para mí, hay un momento dentro de la pasión que es para mí y el desafío, si decido entrar con todo el corazón a la pasión, es encontrarlo. Será por las calles de Jerusalén, sentado en la mesa de la eucaristía y el lavatorio de los pies, será sentado junto a Él en el patio en soledad, o en el Vía Crucis junto a la cruz… No lo sabemos, pero Él sí lo sabe y eso basta. Él sabe conforme a lo que estemos viviendo, dónde necesitamos encontrarlo en este tiempo de los ejercicios. Así como en el Apocalípsis dice “ Si me abres cenaremos juntos” podemos dejarnos decir por el Señor “Si entrás, si me seguís en este momento en esta entrada a Jerusalén, te mostraré ese sitio donde te espero… donde quiero perdonarte, donde quiero consolarte, donde tengo que reprocharte cariñosamente algunas cosas, donde voy a suavizar tus heridas, donde voy a dar razón y sentido a tus luchas…
Los Santos Padres y poetas han llamado a Cristo que va a la pasión, “El Libro” ese “Libro Abierto sujeto con clavos hincado profundamente” donde en este tiempo tenemos que ir a leer las palabras que se reservan para nosotros. Van Der Meer en su diario “Nostalgia de Dios”, hablando de su conversión que fue un viernes santo frente a la cruz en Notredame dice: “El viernes santo, entre las doce del mediodía y las tres de la tarde encontré las respuestas a todas las grandes preguntas de mi vida”.
Entrar de corazón a la Pasión, en esta entrada a Jerusalén, es ponerse así frente al Señor despojados, sin condiciones, sin protocolos ni maquillajes para encontrarnos ahí donde nos espera, para escuchar la palabra que tiene para cada uno de nosotros. Sabiendo que el Señor no nos defrauda, que no se deja ganar en generosidad… quien lo busca encuentra, a quien golpee la puerta se le abrirá. No perdamos esta ocasión tan linda, esta cita de amor no transferible ni postergable que en este momento de los ejercicios y de la Semana Santa nos dejemos decir “El Señor está allí y te llama”. Y lo busquemos, para que buscándolo nos encontremos a nosotros mismos.
En esta entrada de Jesús a Jerusalén dejar que el Señor me pregunte hondamente: ¿Venís conmigo? ¿entrás conmigo a la pasión, para después disfrutar conmigo de la resurrección?.
Ni siquiera los discípulos se animaron a entrar, de hecho cada uno se escapó por su lado… uno puede decirse ¿quién soy yo entonces para acompañarlo? Y ahí animarnos a decirle al Señor “ A pesar de mi fragilidad… A pesar de que aquellos hombres que te amaban, te conocían, te seguían, que compartieron tantas cosas con vos, de que ellos se escaparon, dame la gracia de ir con vos, no porque yo sea más fuerte, pero vos dame tu gracia”.
Volvamos la mirada a este Señor que pasa en su burrito y nos mira a los ojos con una infinita paz, humildad, modestia, con un gran recogimiento y cariño personal con cada uno de nosotros.
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